Esta pandemia nos ha cogido a todos por sorpresa y a los que estábamos muy al tanto de los avances medioambientales, aún más.
En los último años, empezábamos a ver grandes avances en temas clave: el cambio climático, los plásticos, la pérdida de biodiversidad… estos temas comenzaban a ser puntos de unión entre personas y ser eje de los temas de conversación en toda la sociedad. Los medios se hacían eco y pregonaban la importancia de tomarse el medio ambiente más en serio; además, aparecían nuevos líderes jóvenes, como Greta Thunberg, que movían a actuar y ayudaban, a través del ejemplo, a transmitir importantes valores, abanderando un causa que hasta ahora se había considerado nimia y ridícula.
Hoy, el coronavirus ha acaparado toda la atención, con un seguimiento 24/7 de cada cambio y contagio, sin espacio para tratar ningún otro tema.
El miedo a la propagación y el contagio de persona a persona ha generado un resurgir de la cultura de usar y tirar, que ya empezaba retirarse, envalentonada por los nuevos tiempos, cambios en el sistema de reciclaje, donde cualquier sistema de prevención individual (como guantes o mascarillas) encuentra su final en el vertedero o la incineradora, en lugar de una planta de reciclado (destino al que incluso dentro del panorama de la normalidad, pocas veces llega).
También, la crisis sanitaria motivará el renacimiento del transporte privado en detrimento del público, impulsando a los usuarios a desplazarse en su propio vehículo a todas partes e incluso desaconsejando compartirlo con los demás, con la consecuente huella ecológica que supondrá para la calidad del aire.
Estos ejemplos, y otros muchos, generarán que durante el tiempo que dure esta situación (y mucho más, ya que será muy difícil desterrar unos hábitos impulsados por el miedo) se incremente el uso de residuos no reciclables y altamente tóxicos para el medio ambiente, bajen los porcentajes de reciclaje o empeore aún más la calidad del aire.
Desde las primeras semanas, la sociedad comunicó alegremente que la situación de confinamiento suponía un respiro para la naturaleza y que ha permitido que esta recupere lo que es suyo, como se ha visto en muchos ejemplos de avistamiento de animales salvajes en zonas urbanas o la bajada de los niveles de CO2 en el aire como resultado de la caída en la movilidad. Estos sucesos nos dan la falsa imagen de que es posible un mundo mejor y que todos saldremos con una lección aprendida.
Espero equivocarme, pero no dudaría en asegurar que no será así. Todos vivimos en una situación en la que hemos reprimidos todos nuestros deseos y planes po una fuerza mayor. Pero ay cuando salgamos.
No dudo que todos se dedicarán a satisfacer todas sus necesidades y deseos lujuriosamente tras meses de espera, sin que haya el más mínimo escrúpulo ante atenciones que antes sí teníamos.
El número de viajes en transportes como el avión se disparará, se darán permisos de construcción sin apenas trámites y se permitirá la explotación masiva de bienes y servicios en favor de ayudar a una cada vez más maltrecha economía. La gente inundará el campo para respirar aire libre, celebrando la liberación y convivirá en un paisaje que en una situación normal no habría visitado, con el consiguiente desperdicio y degradación que genera en el medio natural el paso de grandes masas humanas.
Las cotas de polución, contaminación y residuos alcanzarán máximos nunca vistos mientras dure la algarabía, o algarabías, en caso de que haya más de una oleada y todas aquellas buenas intenciones que marcaran el inicio del que parecía que iba a ser un gran año para el medio ambiente, quedarán sofocadas bajo el peso de una sociedad hambrienta de vivir sin restricciones.
En resumen, la pandemia ha retrasado cambios que llevan siendo necesarios desde hace mucho tiempo casi 10 años, dejando claro una vez más que la sociedad sólo presta su desleal atención a aquello que es necesario para cuidar el medio que le permite estar vivo cuando no existe ninguna otro preocupación más acuciante.